jueves, 14 de diciembre de 2017

La Mansaborá

Cuenta la leyenda que todo sucedió en el año del señor de 1229, cuando Cáceres estaba gobernado por un kaid árabe soberbio y arrogante que no tenía más que una hija a la que adoraba.
No era princesa, como afirman algunos, pero sí doncella, quienes por ser bellas y moras no dejan de ser enamoradizas y desobedientes. Anticipándose al mito de Romeo y Julieta, la joven se enamora de uno de los caballeros cristianos que acompañan al rey Alfonso IX de León, y que cercan la ciudad de Cáceres con el ánimo de rendirla.
Con el fin de reunirse con él y poder hablar de amor largo y tendido, envía todas las noches a su aya para abrirle la puerta de un pasadizo subterráneo (que a principios del siglo XX aún se podía ver, según afirma Publio Hurtado) por donde el caballero subía al jardín del Alcázar para satisfacer el amor de la agarena.
El pasadizo tenía su salida en la calleja de la Mansa Alborada, o “Mansaborá”, como la llamó el pueblo, que se localizaba entre el convento de los Padres Franciscanos y la Huerta del Tesoro.
Consigue el galán, a fuerza de arrumacos y promesas, las llaves del pasadizo, y  el 23 de abril, mientras las mesnadas alfonsinas simulaban el asalto por las murallas del lado opuesto de la ciudad, el galán seguido de escogidos caballeros, se presenta en los mismos salones del alcázar sembrando el terror y el desconcierto en la morisma.
El indignado kaid maldice a su hija por su traición, a su aya y a sus doncellas, y las arroja al subterráneo donde en castigo a su traición, “permanecerán hasta que los hijos del profeta vuelvan a reconquistar la plaza perdida por su culpa”.
Y la puerta de entrada y de salida de aquel subterráneo despareció de la vista de los simples mortales, y como los musulmanes no volvieron a reconquistar la plaza, allí permanece la enamorada dama, encantada por la maldición de su padre y acompañada de su aya y sus doncellas, convertidas en gallinas y polluelas de plumaje de oro recamado de piedras preciosas, sin otra diversión que la que les depara la mágica noche de San Juan (aunque otros afirman que es la noche de San Jorge) en la que salen de su aislada mansión a pasear por los contornos y lanzar hondos suspiros y plañideros píos desde la torre cercana a la Fuente Fría, contemplando la Casa de las Veletas (mermado resto del antiguo Alcázar) añorando su ciudad perdida y su amor traicionado y esperando, eternamente, el día del desencantamiento.

(Hoy)

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