domingo, 15 de octubre de 2017

Un artista de peso

«La redoma encantada—decía un crítico—es una obra maestra, considerada tal como es en sí: como comedia de magia.
La originalidad del pensamiento capital sobre el que está fundado su argumento, la finura y buen tino con que está desenvuelto y el modo ingenioso y dramático con que se presentan los accesorios, colocan a esta composición en primera línea entre las de su género.»
Vaya otro ejemplo: hallábase de paso en esta corte, por Agosto de 1839, un actor de provincias llamado Joaquín González,
que no llegaba a tener cinco pies de estatura y pesaba 18 arrobas; éste había representado con aplauso en Barcelona,
Valencia, Murcia, Granada, Málaga y Cádiz, una pieza en un acto, de Bretón, titulada El hombre gordo, y como recurso por ver si se conseguía animar el teatro, se contrató por una noche a González, a fin de que representase su obra favorita, para la que tenía condiciones adecuadas como ningún actor. Cayó bien la idea, y El hombre gordo se hizo en el Príncipe once noches, aunque no seguidas, repitiéndose tres veces la función de despedida. 
Lo que no había podido conseguir Víctor Hugo con un chef d'ceuvre, lo consiguió Bretón con un juguete literario y un actor de segundo orden, por más que era indudablemente artista de peso.
González había sido cajista de imprenta. Siéndole luego imposible continuar en la escena, por su gordura, aunque tenía relativamente mucha agilidad, se hizo apuntador; pero también tuvo que abandonar su nueva profesión, porque no había concha donde cupiese.

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