martes, 7 de marzo de 2017

Los Fenicios en Iberia

Su origen se localiza en las costas del Mediterráneo oriental dentro de la actual franja costera sirio-libanesa, en donde sus ciudades más significativas son Tiro, Sidón y Biblos. Es un pueblo de comerciantes que busca nuevos mercados y materias primas en toda la cuenca mediterránea. Destacan por ser grandes marinos y siempre se asientan en poblaciones junto al mar. Practican sobre todo la navegación de cabotaje, es decir, sin perder de vista la costa.
Se encargan de recuperar antiguas rutas comerciales mediterráneas transitadas desde el II milenio a.C. Sus primeras incursiones en las costas de la Península Ibérica son visitas esporádicas, que se van convirtiendo en largas estancias a lo largo del próspero litoral meridional. A partir del siglo IX a.C. crean numerosos asentamientos costeros como Gadir (Cádiz), que es la ciudad más importante, Malaka (Málaga), Sexi (Almuñecar), Abdera (Adra) y Ebusus (Ibiza), expandiéndose finalmente por toda la fachada costera del sur peninsular hasta la desembocadura del río Segura. También se establecen por el interior siguiendo el curso del río Guadalquivir. Son ciudades fortificadas, con puerto las que se sitúan en las riberas marítimas, dedicadas al comercio con los indígenas y a las actividades metalúrgicas, ganaderas, de pesca y artesanales. El mayor atractivo lo encuentran en la plata de las minas de Huelva y del oeste de Sevilla, y el estaño que consiguen desde el norte de Portugal. Introducen la escritura, la metalurgia del hierro, el torno de alfarero junto a novedosos procedimientos de fabricación de cerámica, tejidos de calidad, el olivo, el aceite, la vid, el almendro, el gato doméstico, la gallina, el asno y una técnica más depurada de la orfebrería.
Los fenicios aportan un contingente humano que, con el paso del tiempo, se mezcla con la población autóctona. Con ellos llega un nuevo mundo de creencias y valores que adoptan las sociedades nativas, dando lugar al fenómeno que se conoce como “periodo orientalizante”. Su presencia va modificando algunos hábitos de la vida de los íberos, contribuyendo además a incrementar las diferencias sociales entre éstos. El mayor esplendor de esta cultura tiene lugar durante los siglos VII y VI a.C. Su ocaso se produce al caer la ciudad de Tiro en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el año 573 a.C., debilitando la riqueza y el poder de todo este pueblo.

(Iberhistoria)



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