sábado, 4 de marzo de 2017

Ferretería El llavín Málaga

Una ferretería de las de toda la vida. Solucionadora de problemas, lugar de socorro de aquellas chapuzas de casa de los domingos por la tarde. La paciencia resolutiva de quien lleva 130 años en el negocio.
Su nombre es de sobra conocido, no cualquiera tiene 130 años. Sin embargo no hay cartel que lo indique, el letrero de la entrada está en blanco. Es imposible conocer que allí, en calle Santa María, se encuentra El Llavín, pero en cambio, se sabe.
Lugar de tránsito, consigue detener el tráfico peatonal que se aglutina en la callejuela. No hay quién no se pare en su entrada. Cientos de artilugios, que a veces incluso no se sabe ni qué son, acaparan los dos escaparates de la tienda. Todos y cada uno de esos objetos van con su etiqueta a mano en rotulador. Se niega a lo contrario la casa, cuando algo va bien, para qué cambiarlo.
Al entrar se escucha ese chirrido característico de las puertas antiguas, para sumergir al cliente en un almacén sin fin que no alcanza a la vista. A la derecha lo nuevo, a la izquierda lo viejo. Una pared de cajoneras inunda la escena, son las mismas que el francés que abrió la ferretería construyó en su día, las mismas que Antonio Banderas eligió para ilustrar El camino de los ingleses. Un guiño a otra época, un sello de permanencia.
El porqué de su supervivencia ni el mismo Luis Arribere, uno de los propietarios, lo entiende: «Somos un poco tontorrones. No lo sé, si le digo la verdad creo que seguimos por tradición». No parece falsa modestia, sino el testigo complacido de la última ferretería del centro.
Sin ser muy conscientes tienen las llaves del éxito centenario, por mucho que para ellos la clave sea trabajar. Llevan solucionando problemas desde su creación, hacia 1880, que es como funciona una ferretería para ellos. Y, por si lo piensan, la suya « no es antigua, sino vieja, porque sigue siendo la misma». Y que así sea.

(La opinión de Málaga)

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