sábado, 22 de octubre de 2016

El presentimiento de Almanzor

Una noche en que Granada dormía su sueño de paz y tranquilidad, el guerrero Almanzor despertó sobresaltado por un vago presentimiento. No podía comprender por qué sus nervios estaban excitados y por qué su espíritu se atormentaba sin motivo; hallábase en la cumbre de su poderío, el dominio sobre sus pueblos era absoluto, y, según se decía, «ni aun los caballos se atrevían a relinchar en su presencia». No obstante, algo, como un trágico presentimiento, le atormentaba y le impedía volver a conciliar el sueño. Abandonó el lecho y se acercó a la ventana para que se le despejara la cabeza. Por unos instantes contempló con la vista baja la ciudad de Granada, que se adivinaba entre sombras, a la pálida claridad de la luna. La paz y el sosiego en que parecían dormir sus subditos no fueron bastante para calmar su espíritu. Alzó luego los ojos al cielo con expresión de angustiosa interrogación y contempló la bóveda estrellada abarcándolo todo. Iba ya a bajar los ojos, cuando le pareció ver que las estrellas se apartaban y el manto negro de la noche se rasgaba en lo alto para dar paso a un extraño escenario de luz, en el que se recortaba la figura de una mujer vestida a la usanza cristiana, con un niño de pocos años en los brazos, en cuya cabeza relucía una espléndida corona de oro. A lo lejos, como un eco que arrastrara el viento débilmente hasta su ventana, Almanzor creyó oír esta frase: «Una mujer te encumbró y otra te perderá».
Volvió entonces la cabeza para ver de dónde procedía aquella voz; pero sólo sombras le rodeaban. Miró de nuevo al cielo; mas la visión había desaparecido. Inútil fue que Almanzor tratase de convencerse de que todo había sido producto de sus nervios, excitados por las largas horas de vela. Se recostó en el lecho para intentar descansar; pero ni por un momento pudo apartar de su mente la visión de aquella mujer y la del niño, cuya corona relucía hasta cegarle. Con los ojos abiertos recibió Almanzor las primeras claridades del amanecer. Estaba fatigado, y su cara delataba el cansancio de su espíritu. Deseoso de olvidarse de todo aquello, se vistió más temprano que de costumbre para iniciar su diaria y compleja labor; pero cuál no sería su sorpresa cuando, muy de mañana, le pidieron audiencia dos de sus enviados secretos, que venían de Castilla para hacerle saber que la reina Elvira de León, tutora de Alfonso V, había firmado una alianza con el conde de Castilla y con Sancho el Mayor de Navarra para dar al imperio de Almanzor un golpe definitivo.
Abatido quedó el moro ante tales noticias, y ni por un momento se atrevió a mostrarse optimista, como en otras ocasiones. La visión de la noche pasada le obsesionaba y estaba seguro de que sería un mal presagio.
En efecto, poco tiempo después, cristianos y moros tenían el sangriento encuentro de Calatañazor, en el que, tras dura batalla, sucumbió Almanzor y todo su poderío.

(Leyendas de España - Vicente García de Diego)

No hay comentarios: