viernes, 4 de julio de 2014

La campana de Huesca

Alfonso I el Batallador, poco antes de morir, hizo un extraño testamento. Como no tenía descendencia directa, legó sus reinos a las órdenes militares del Temple, del Sepulcro y del Hospital de Jerusalén. Esta donación no fue aceptada por las cortes del reino, que prefirieron escoger por rey a Ramiro, hermano de Alfonso, religioso profeso en el monasterio de Saint-Pons de Thomiéres desde hacía ya bastantes años.
Inmediatamente, y contando ya con la aceptación de Ramiro, solicitaron del Papa la dispensa del sacerdocio y de los votos religiosos del nuevo rey. El papa Inocencio II tardó en concederla, pues prefería que se diera cumplimiento al testamento del Batallador y se entregara el reino a las citadas órdenes. Por fin, después de poner una serie de condiciones, el Papa dio su autorización, y Ramiro pudo entonces casarse con Inés, hija de los condes de Poitiers. Pronto les nació una hija, que bautizaron con el nombre de Petronila. Un año después la comprometieron en matrimonio con el conde de Barcelona, Ramón, Berenguer IV.
Era natural, por otra parte, que Ramiro, más acostumbrado al monasterio que a la corte (había pasado en él cuarenta y un años), no supiera bien qué hacer para mantener el reino en calma. Envió un día, ya casi a la desesperada, un mensajero a su antiguo abad en Saint-Pons, pidiéndole consejo sobre cómo mantener a los magnates, que lo despreciaban, sumisos y obedientes. El abad llevó al mensajero a la huerta del monasterio y, cogiendo en sus manos una hoz, fue derribando y descabezando las más altas y preciosas plantas que allí tenían. Después de hecha estaoperación, le dijo que volviera a la corte y contara al rey lo que había visto.
Entendió Ramiro el consejo y, ese mismo año 1136, convocó las Cortes generales del reino en la ciudad de Huesca. Una vez reunidas éstas, en su discurso inicial, dijo, dirigiéndose a los ricos hombres y otros nobles, que era su plan hacer fundir una campana cuyo tañir había de resonar y oírse en todo el reino.
Él proyecto excitó la risa y burla de los grandes, que no captaron lo que el rey les quería dar a entender. Pasaron unos días y, para asistir a una ceremonia protocolaria, acudieron los nobles a palacio. En una habitación algo retirada había colocado el monarca a varios verdugos de su entera confianza, que, conforme iban entrando los nobles en la habitación, les iban cortando la cabeza de un solo golpe.
Pronto estuvieron sobre el suelo las cabezas de los más revoltosos y que más problemas y disgustos habían causado al monje-rey. A continuación y, para que sirviera de aviso, Ramiro hizo colgar las quince cabezas del techo de una bóveda, que durante muchos siglos después se solía enseñar a los que visitaban Huesca.
Sirvió esto de escarmiento a los demás nobles, que desde entonces y hasta la renuncia de Ramiro, un año después, se cuidaron bien de obedecer y respetar al rey.


(Leyendas y anécdotas de la Historia de España – Fco. Xavier Tapia)

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