martes, 29 de julio de 2014

Enrique IV - La tragedia del impotente

Como «displástico eunucoide con reacción acromegálica» ha diagnosticado a Enrique IV de Castilla el doctor Marañón, basándose en las descripciones que de ese rey hicieron en aquella época cronistas como Alonso de Palencia, Enríquez del Castillo y Hernando del Pulgar. También, el mismo doctor, tuvo ocasión en 1947 de examinar cuidadosamente los huesos y el cráneo de aquel desgraciado rey.
Respecto al más grave problema que siempre ha planteado el Impotente, su paternidad o no de la princesa llamada «la Beltraneja», la conclusión a que ha llegado Marañón es que don Enrique padecía una impotencia temporal u ocasional, pudiendo haber sido, por tanto, padre de la hija que su esposa Juana de Portugal dio a luz. Con esto, el sensato e ilustrado doctor ha hecho justicia mediante el uso de la ciencia a aquel pobre rey, a quien en vida y aun después de muerto casi todos han denigrado.
No fue la Beltraneja, sin embargo, el único hijo que engendró este rey. Antes de ella, la reina aparentemente había quedado embarazada y el hijo, de haber nacido, hubiera sido un varón. Pero lo perdió debido a un trágico accidente. Parece ser que la reina Juana usaba para suavizar su pelo un líquido muy eficaz, invento de un portugués, pero que era muy inflamable. Un día, cuando estaba la reina junto a la ventana de su recámara, secando su pelo al sol, con el calor de éste ardió su cabello, y se hubiera abrasado de no haber sido por sus damas, que acudieron presurosas a ayudarla. Pero el susto fue enorme, y como consecuencia la reina abortó aquella misma noche.
En contra de lo que muchos pensaban, Enrique era de espíritu bondadoso y odiaba la violencia y la guerra. Se cuenta que, estando a punto de emprender una batalla, su antiguo ayo, ahora obispo de Cuenca, don Lope Barrientos, lo vio vacilar sobre si dar o no la orden de ataque. Con energía Barrientos le expuso la necesidad que tenía de combatir para no perder el trono. Le respondió el rey: «Los que no habéis de pelear, padre obispo, ni poner las manos en las armas, sois muy pródigos de las vidas ajenas. Bien parece que no son vuestros hijos los que han de entrar en la pelea, ni vos costaron mucho de criar.» No se libró la batalla en aquella ocasión, pues el rey envió un mensaje al marqués de Villena diciéndole «que convenía se viesen y hablasen». Sin embargo, de estas conversaciones no salió bien parado el honor del monarca, ya que tuvo que acceder para mantener el trono prácticamente a todo lo que le pidieron.
De tanta miseria y de tanto problema se vino a librar Enrique sólo con la muerte, que le acaeció el 11 de diciembre de 1474, a los cincuenta años de edad.

(Leyendas y anécdotas de la Historia de España – Fco. Xavier Tapia)

 

 

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