sábado, 12 de julio de 2014

Abderramán III y el esplendor de Córdoba

Biznieto de Abderramán II e hijo de una princesa cristiana de Navarra, tenía el nuevo emir los ojos azules y el cabello de color rojizo. Hablaba por igual árabe y romance. Se proclamó a sí mismo califa independiente de Bagdad, adoptando otros títulos religiosos que le dieron gran renombre.
En su época, el nombre de Córdoba se extendió por toda la  Europa cristiana. Gentes de todas partes acudían a la capital del califato occidental para ver por sí mismos lo que les habían contado. Una de éstas fue la reina leonesa, doña Toda, que trajo a su hijo, el rey Sancho el Craso, para que los afamados médicos de la corte del califa lo curaran de su obesidad (probablemente,
hipertrofia de la tiroides), que le impedía incluso montar a caballo. Madre e hijo permanecieron en Córdoba dos largos años, y al final Sancho se había transformado en un joven de aspecto y peso normales. Pero nada habla tanto de la grandeza de la corte de Abderramán como su ambicioso proyecto - que siglos más tarde imitaría el rey Luis XIV, al comenzar la construcción de Versalles- de levantar a pocos kilómetros de Córdoba la ciudad califal de Medina-Azahara. Allí vivió Abderramán los últimos años de su vida, a pesar de que la ciudad no estaba del todo terminada.

(Francisco Xavier Tapia – Leyendas y anécdotas de la historia de España)

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