lunes, 18 de marzo de 2013

La Torre de Fang - Barcelona

Al principio del carrer del Clot, en Barcelona, existe un peculiar edificio, hoy convertido en restaurante, que se denomina "La Torre de Fang" (la Torre de Barro). Aunque muy reformado parece que fue construido en el siglo XII. De lo que no hay duda es de que se trata de la construcción mas antigua del barrio. Tiene además su leyenda que se refiere a la Princesa Dulce de Provenza, esposa del Conde Ramón Berenguer.

Cuando la dama se trasladó a Barcelona, venía acompañada de un lucido cortejo de caballeros provenzales para que no echase de menos su tierra.

El conde de Barcelona le concedió terrenos y propiedades junto a la ciudad, en la zona donde se encontraba la capilla de san Martín que tomó el nombre de San Martín de Provençals por ese motivo. Allí se edificó además una casa de campo que todavía subsiste y es la que se llama "Torre del Fang". Allí viviría Dulce rodeada de sus paisanos conservando las costumbres de su tierra.

La escritora Elisenda Alberti, en su obra “Dames, reines, abadesses”, narra así el trágico final de la historia.

"Durante las propongadas ausencias de su marido, Dulce se refugiaba en la finca de san Martín, donde encontraba la vida galante de su añorada Provenza. La predilección que la condesa mostraba por la casa de campo levantó las sospechas de su marido que ordenó vigilarla en secreto.

Los espías informaron a Ramón Berenguer que un joven y apuesto trovador frecuentaba la ventana de Dulce dedicándole tiernas canciones de amor acompañándose de su laúd. El conde, enfurecido, ordenó detener al mozo sin levantar sospechas. A continuación mandó arrancarle el corazón y que fuese cocinado por su cocinero para ser servido a su esposa a la hora de la cena sin comentarle de que se trataba. Cuando hubo terminado de saborearlo le pidió su opinión sobre el nuevo manjar. Ella contgestó que le había parecido delicioso y sólo entonces le contó lo que era. Horrorizada, Dulce de Provenza manifestó que nunca mas volvería a probar bocado para no mancillar la boca que había comido el corazón de su adorado trovador.

Sea o no cierta la historia, Dulce murió en 1127 a los 32 años."

El rey Pedro I

Uno de los jinetes más extraordinarios que nos ofrece la muy larga galería de monarcas españoles fue, sin duda, don Pedro I de León y Castilla, que reinó entre los años 1350 a 1369. Don Pedro es una de las figuras más discutidas de nuestra historia, pues unos, por la tensión de su Gobierno, donde hubo, efectivamente, muchas anomalías, le sobrenombran “El Cruel”, y otros, estimando que cuanto hizo fue para defenderse, le dicen “El Justiciero”. No se han puesto de acuerdo los historiadores sobre este asunto, si bien hay que decir que don Pedro, por su terca obstinación y prontos arrebatos, no conoció los obstáculos. Era hombre temible cuando entraba en acción.

Por aquellos años del siglo XIV, había en nuestra geografía dos personajes de altos fueros. Uno de ellos era don Pedro Núñez de Guzmán, señor de Velilla, Aviados, Valle del Porma y Tierra de Boñar, entre otras posesiones. El otro, don Pedro Alvarez Osorio, no menos poderoso que el anterior en tierras y vasallos, gozaba, asimismo de un prestigio extraordinario. En consecuencia, dos caballeros feudales, señores de vidas y haciendas; que conocieron los reinados de don Alfonso XI y de su hijo, don Pedro l, prestando grandes servicios a la monarquía. De ahí sus privilegios, empleos y dignidades, que usaban a su antojo.

Por las referencias que conocemos, y entre otras muchas cosas, don Pedro Núñez de Guzmán fue alcaide de las torres de León, merino juez mayor en tierra de León y Asturias y Adelantado Mayor en ambas jurisdicciones, con atribuciones o facultades en estos cargos públicos, verdaderamente extraordinarias. Con esta gran autoridad y según los documentos, hacía lo que le venía en gana. Baste señalar que en 1352 no obedeció las órdenes del rey don Pedro para que fuese a sofocar las alteraciones enemigas en. Asturias y defendiera la villa de Avilés, alegando que con ello dejaba desguarnecida la ciudad de León. Otra evasiva del mismo modo hizo en 1355, cuando el monarca le mandó acudir a la villa de Rueda del Almirante, ocupada .por el enemigo. Tampoco acudió a la llamada del rey cuando le ordenó derribar el castillo de Trascastro, que estaba por don Tello, hermanastro del soberano. Y así las cosas, el vaso se colmó y don Pedro I de León y Castilla, para mantener su corona recurrió a la represión, porque era hombre que no se andaba por las ramas. El punto agudo de aquella crítica situación se produjo a raíz de la llamada batalla de Araviana contra el moro, donde murieron muchos cristianos, con gran sentimiento del monarca. Era el año 1360 y León se conmovió de temor por una nueva desobediencia que hicieron aquellos dos caballeros, don Pedro Núñez de Guzmán y don Pedro Alvarez Osario, ambos muy principales en la Corte, como hemos dicho. Sucedió, pues, que aquellos dos señores, sin permiso del monarca y argumentando que regresaban a tierra leonesa para recabar nuevos recursos para proseguir la lucha contra el moro, abandonaron el frente de guerra donde les había llevado el rey por exigencias bélicas, y vinieron para acá a golpe de espuela, desentendiéndose así de sus compromisos guerreros. Hoy los llamaríamos desertores. Cuando don Pedro tuvo noticias de aquella nueva charranada, se puso como un basilisco. Aquella excusa no le valía. Y tal fue su furor, que no quiso enviar en persecución de los fugitivos a los justicias reales, como Juan Diente, Gonzalo Recio, García Díaz de Albarracín y Ruy González de Cavencia, entre otros guardaespaldas (una escuadra de forajidos profesionales, como se cuenta), sino que su misma persona salió decididamente de Sevilla detrás de los huidos, en agotadoras jornadas para cualquier caballista. Las órdenes que habían dado eran secas:: matar a los desertores. Y aquella polvorienta cabalgada galopaba a toda velocidad, terriblemente resuelta, con el rey al frente, ansioso de venganza.

El monarca era duro y tenaz. Este acontecimiento de tan tremenda cabalgada lo registra la historia por su audacia, cuando precisamente el caballo era el medio más rápido de locomoción. Y don Pedro, “El Cruel”» o “El Justiciero”, hombre de armas tomar, con voluntad de hierro, galopó incansablemente, sin desfallecimiento, sin flaquezas, sin cesar; sin dar punto de reposo a los caballos, renovados varias veces, para castigar ejemplarmente, a su modo y manera, a los desagradecidos y traidores caballeros. Era una persecución de muerte. ¡Si los capturaba, los desollaría vivos! Su ley inexorable, una vez puesta en marcha, ya no se detenía ante nada. La pena cometida era muy grave.

Núñez de Guzmán y Alvarez Osorio, también galopaban rápidamente. Le llevaban al monarca bastante delantera. Y en una aldea llamada entonces Velilla hicieron una parada de descanso. Luego, supieron por un confidente que el rey (quien creían que estaba en Sevilla), venía como un centauro detrás de ellos, pisándoles los talones. Sin pérdida de tiempo, pues, don Pedro Núñez de Guzmán emprendió larga y veloz carrera, con ansia de buscar asilo en las montañas leonesas y seguro refugio en su fuerte castillo de Aviados, que era una de las fortalezas más poderosas de la época.

Cuéntase que el monarca, en un alarde de consumado jinete, cubrió en una sola jornada las 24 leguas que separan Tordesillas del Monasterio de Sandoval (cercanías de Mansilla), donde hubo que parar porque su escolta estaba derrengada y casi reventadas las caballerías. Así y todo, al día siguiente ya estaba el soberano en León, llevado de sus enérgicos impulsos hasta que vio, que él y los suyos iban por una falda de una sierra camino de Aviados. Obligado por el cansancio a hacer un alto, don Pedro permaneció varios días en León, encargando al entonces obispo de la diócesis, fray Pedro IV que fuese al castillo de Aviados para parlamentar con el rebelde don Pedro Núñez de Guzmán, a fin de que el altivo caballero viniese a la obediencia del soberano. El prelado cumplió la honrosa misión, como se cuenta, pero no consiguió nada, ya que el de Guzmán desconfiaba totalmente de las promesas del rey.

En este medio tiempo, llegó hasta el monarca el otro caballero, don Pedro Alvarez Osorio, solicitando el perdón real por todo lo ocurrido. Y el rey le dijo: “Que no tenía queja de él, ca bien sabía que lo hizo con razón, pues había gran tiempo que no había venido a su tierra». Era una estratagema: era una trampa para que «picase» don Pedro Núñez de Guzmán. Es más, la referencia añade que el Alvarez Osorio fue nombrado Adelantado de León y Merino de Asturias. Y así las cosas, don Pedro, reclamado por otros importantes y graves asuntos, partió de León camino de Valladolid... y al hacer parada en Villanubla para comer, quiso la fatalidad, que se encontrase comiendo en la misma posada, el caballero perdonado: don Pedro Alvarez Osorio..Y estando comiendo, llegaron por mandato del rey dos caballeros de maza, llamados Juan Diente y García Díaz de Albarracín, con Ruy González Cavenca que era de la Cámara del rey, los cuales mataron al ilustre caballero, y le cortaron la cabeza.

Así murió don Pedro Alvarez de Osorio, Adelantado Mayor de León. Era el año 1360. Posteriormente, el monarca se incautó de todos los bienes del muerto, entre ellos 25 lugares de muy prolija relación, entregando todo ello a la ciudad, como galardón a su lealtad y servicios.

sábado, 16 de marzo de 2013

La Cueva del Rey Cintoulo - Supena

En Supena, cerca de Mondoñedo está esta cueva. Sus leyendas hablan de fadas, encantos, tesoros y mouros que los guardan.

Cintoulo gobernaba en tiempos por aquellos lares en una ciudad que se llamaba Bría. Tenía grandes riquezas y una hija muy hermosa que se llamaba Manfada querida por nobles y plebeyos por sus bondades. Muchos príncipes y grandes señores acudían a rendir visita al rey por ver si podían casarse con su hija pero Cintuolo no tenía prisa por casarla, ni la princesa por casarse.

Sus pretendientes eran hombres rudos que habían ganado su fama y posesiones por la guerra, sublevación o asesinato lo cual no aumentaba su valía a los ojos del rey. Una mañana llegó a Bría un joven conde acompañado de unos pocos escuderos. Entre éstos había jóvenes y viejos para los cuales tenía una palabra amable y todos hablaban bien de este conde. Se hizo simpático a los ojos de la princesa y de su padre. Pero al poco llegó otro cortejo con gran acompañamiento de hombres de armas que acampó en la plaza como si fuera tierra conquistada.

El jefe, hombre cruel y ya mayor envió un mensaje perentorio a Cintuolo exigiendo la mano de su hija para el rey Tuba de Oretón añadiendo que si no era atendido asaltaría el castillo. El joven conde se ofreció al rey para luchar contra este energúmeno por el amor de la princesa confiado en que las "boas fadas" le ayudasen en su esfuerzo.

Pero Tuba era un brujo; sabía que no era rival en buena lid del joven conde y reunió a sus consejeros, también brujos, para lanzar un encanto para vengarse de Cintoulo.

A los pocos minutos se produjo un gran estruendo provocado por un trueno y la ciudad se derrumbó sobre las buenas gentes de Bría. Todos perecieron.

El conde, que estaba velando las armas, saltó sobre su caballo y atacó al rey brujo al que atravesó con su espada. Al volver al castillo vio que en su lugar había una gran caverna. Entró en ella y sólo encontró grandes piedras y fantásticas columnas pero Brías había desaparecido. Desde entonces, en la cueva hay un encanto, una princesa rubia que puede ser vista al amanecer por el mortal de corazón limpio que pase por allí. Si puede desencantarla quedará dueño de sus riquezas, pero si falla, será devorado por un monstruo que vive en la cueva.

(según "la Iberia mágica")

La Varona de Castilla - Barahona

Corrían los primeros años del siglo XII y las coronas de Aragón y de Castilla andaban en litigio. Ambos ejércitos decidieron encontrarse en Barahona. Alfonso I “El Batallador” comandaba las huestes aragonesas, mientras que Urraca hacía lo propio con las castellanas. Los hermanos de María Villanañe guerreaban de parte de Urraca. No teniendo con quien dejarla, llevaban a María con ellos.

Intrépida y decidida, se viste con armadura, pasando por bravo combatiente, acude a la batalla. En el transcurso de la refriega las tropas se dispersan y María queda sola. Ya atardecía y no era buena la visibilidad, pero distinguió la silueta de un guerrero aragonés. El encuentro entre ambos provoca el enfrentamiento. El soldado era bravo, pero María lejos de doblegarse y aún a pesar de haberse quebrado su espada, logró derrotar a su adversario y hacerle prisionero.

Cara descubierta la sorpresa fue mutua. Para el bravo guerrero, por ser derrotado por una mujer, para María por haber hecho prisionero al mismo rey de Aragón Alfonso I. Fue el propio Alfonso en un acto de humildad, quien reconoció que había luchado como un varón, y con el apelativo se quedó: La Varona

lunes, 4 de marzo de 2013

María Pita

La defensora de La Coruña en el ataque que dirigió contra ella el príncipe de los corsarios isabelinos Francis Drake se llamaba María Fernández de Cámara y Pita, abreviada por la posteridad como María Pita. Nacida hacia 1562 en Sigrás, se casó cuatro veces y tuvo cuatro hijos.

El 5 de mayo de 1589, los ingleses comenzaron su ataque a la ciudad por la Pescadería, con el objetivo de abrir una brecha en la muralla. Un oficial escaló la parte alta del muro para animar a los invasores, pero para su desgracia se topó con María Pita que, al grito de «Quien tenga honra que me siga», animaba a los resistentes. Al verlo, la heroína lo mató, no se sabe si de una lanzada o de un certero disparo.

Su acto animó a los alicaídos coruñeses, al tiempo que movía a retirada a los atacantes, que dejaron numerosos muertos en la muralla y sus inmediaciones. María también ayudó a recoger los cadáveres y a cuidar de los heridos.

Por su valor, el rey Felipe II le concedió una pensión extraordinaria de cinco escudos mensuales, además de un permiso de exportación de muías de España a Portugal. Murió en 1643.

La Casa de Castril

Cuentan que Don Hernando de Zafra, Señor de Castril, y descendiente directo del que fuera secretario de los Reyes Católicos, tenía una bella y joven hija, Doña Elvira, que se enamoró de D. Alfonso de Quintanilla perteneciente a una familia enemistada con los de Zafra.

A la pareja le servía de mensajero un joven paje que llevaba y traía las cartas de los enamorados, al cual sorprendió Don Hernando una noche en la habitación de su hija cuando llevaba una de las misivas. Este creyó que el paje era el amante de su hija y mandó ahorcarlo colgándole del balcón de la habitación.

El paje ante tal confusión daba excusas de su comportamiento y pedía justicia y clemencia a gritos, a lo que Don Hernando respondió: “Pide cuanta justicia quieras. Ahí ahorcado puedes estar esperando la del cielo cuanto tiempo te plazca”

No contento con lo sucedido, Don Hernando mando vigilar estrechamente a su hija tapiando el balcón y encerrándola en su habitación, donde cuentan que murió de tristeza.

(Foto y texto de Tagarete)

domingo, 3 de marzo de 2013

La Casa de los Paraguas - Barcelona

 
La Rambla es una caja de sorpresas inagotable. Una caja que se abre y deja entrever joyas como esta alegoría del orientalismo:  la Casa Bruno Cuadros, que en su día fue una tienda de paraguas de Barcelona. El estilo que la acompanya, próximo al modernismo con el colorido y la delicadeza de sus decoraciones, convierten este edificio en el protagonista de muchos álbumes fotográficos de los visitantes de Barcelona.

En el año 1883, el arquitecto Josep Vilaseca se encargó de reformar el edificio de la Casa Bruno Cuadros y la tienda de paraguas que había en los bajos. Eran los años previos a la Exposición Universal de 1888, y Barcelona no paraba de crecer: en todas partes se construían interesantes obras. El modernismo empezaba a hacerse notar y, con él, el gusto por las decoraciones orientales: La Casa Bruno Cuadros de Barcelona, llamada popularmente “Casa de los paraguas” es un buen ejemplo.

Vilaseca combina toda clase de elementos arquitectónicos previos al modernismo con otros inspirados en otras culturas en un edificio ecléctico que deja boquiabiertos a todos los que pasean por las Ramblas. Los balcones y la galería del último piso de la Casa Bruno Cuadros están llenos de referencias egipcias. En la fachada, los esgrafiados y las vidrieras recuerdan sombrillas y abanicos de hierro fundido. En la tienda, el orientalismo también impregna el exterior, caracterizado por los trabajos de carpintería, los cristales pintados y las pinturas con personajes extraídos de láminas japonesas.

El elemento decorativo más vistoso es, sin embargo, el gran dragón chino de hierro forjado que sobresale de la fachada, que sostiene un paraguas como reclamo de la tienda. Después de las reformas de 1980 en el local de la vistosa tienda de paraguas se ubicó una sucursal bancaria.

Dirección: La Rambla, 82

(datos de Internet)

Babieca - El caballo del Cid

El caballo de guerra del Cid se llamaba Babieca. Era un caballo posiblemente de raza andaluza y pelaje blanco criado en un convento español. Muy probablemente fue un regalo del rey Alfonso VI de Castilla, aunque hay otras versiones. Según la leyenda se le pidió a Rodrigo que eligiera un caballo, y al ver por el que había optado, su tío exclamó:

—¡Mal elegiste, babieca! —palabra que significa simple o bobo.

Entonces el Cid respondió:

—Babieca se llamará, y será un buen caballo.

Era un caballo obediente, ágil y lleno de brío, ideal para la guerra.

Es muy conocida la ultima batalla que ganó el Cid, gracias en gran medida a su caballo. Doña Jimena hizo atar el cuerpo sin vida de su esposo el Cid a la silla del corcel, que a todo galope marcho frente a las tropas, levantando la moral de los soldados y amedrentando a los moros, pues al ver semejante escena, pensaron que el Cid se había levantado de entre los muertos para seguir luchando.

Babieca nunca más fue montado por ser humano alguno. Falleció dos años después que su amo, dicen que a la increíble edad de 40 años, y fue enterrado en algún lugar del monasterio de Cardeña, junto a Burgos. Allí hay un monolito que aún lo recuerda.

("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)

viernes, 1 de marzo de 2013

La estratagema del Conde Teodomiro

 
Los árabes siguieron avanzando por Hispania una vez derrotado don Rodrigo.

Cuando llegaron a Murcia, el conde Teodomiro, que era el que gobernaba la ciudad, salió a pelear contra ellos con su ejército, pero fue derrotado y perdió a todos sus soldados en la batalla. Regresó, triste y solo, a Murcia, y entonces tuvo una idea: mandó que todas las mujeres de la ciudad se cortaran el pelo y se asomaran a las murallas con cañas en las manos.

Al acercarse los árabes a la ciudad, creyeron que las mujeres eran soldados y que las cañas eran lanzas. Salió entonces Teodomiro de Murcia con una bandera blanca en la mano y propuso la paz a sus enemigos. Estos, temiendo no ser suficientes para poder vencer a tantos guerreros, aceptaron la propuesta del Conde y se retiraron de la ciudad, dejando allí a algunos de los suyos.

Cuando se dieron cuenta del engaño, ya era tarde. Los habitantes de Murcia hicieron una gran fiesta para celebrar la paz y el ingenio de Teodomiro.