domingo, 5 de febrero de 2012

Ordás, castillo trágico

Muchos castillos guardan una historia teminada, a menudo, de forma trágica. Como aquella del castillo de Santa Maña de Ordás, conjunto castrense de los Quiñones de Luna.
En este silencio del castillo de Ordás, hay algo terrible para contar. Dicen muchos que fue traición del sobrino. Y dicen otros que fue venganza por malquerencia de su tío. Por entonces, por aquellos lejanos años del siglo XIV, en León se levantaron muchos clamores de protesta contra don Pedro Suárez de Quiñones, poderoso señor de Luna. Este magnate, usando y abusando de su alta posición, ya que era “Adelantado mayor” en tierras de León y Asturias y casado, además, con la muy noble señora doña Juana González de Bazán, estaba construyendo un suntuoso palacio en el lugar que hoy llamamos Plaza del Conde, aprovechando para ello la mayor firmeza de una buena parte de la muralla legionaria que bordea actualmente la calle del conde de Rebolledo. Época feudal en que la existencia era muy precaria, puesto que siempre acechaba el hambre y una cosecha deficiente diezmaba la población. Y como los campesinos o los escasos comerciantes necesitaban protección y la encontraban en el señor feudal, a cambio de gran parte de sus cosechas o de sus recursos mercantiles.
La construcción de tal palacio tomando parte de la muralla era un atropello a la ciudad. No sentaba bien a los leoneses aquel capricho, aquella arbitrariedad del encumbrado señor. Hubo reclamaciones, quejas, ya que la obra en cuestión afectaba de lleno a las defensas urbanas. Pero el fundador del antiguo concejo de Luna, aprovechándose de su privilegiado cargo, hizo caso omiso y continuó los trabajos palaciegos pese a todas las oposiciones.
La situación se puso muy tensa cuando su sobrino, don Ares, se encaró con su tío afeándole tal proceder. Esta oposición de don Ares ante su tío fue de dominio público y las gentes se sentían confortadas con la valentía del joven caballero, que se enfrentaba al magnate por defender las legítimas posesiones de la capital en interés de todo el pueblo. Pero esto granjeó a don Ares la enemistad familiar. Y ya desde aquí las relaciones entre tío y sobrino se enfriaron hasta desembocar en la tragedia.
Don Pedro Suárez de Quiñones, que fue todo un personaje de la historia leonesa de entonces, tenía en tierra de Santa Maña de Ordás, bañada por el río Luna, un castillo con gran torre cilíndrica. Dicen que esta fortaleza había sido construida en el siglo X por el caballero francés Pedro García de Aspu, fundador de la dinastía de los Ordás durante el reinado de Alfonso III, como premio que le otorgó el monarca por sus buenos servicios en la lucha contra el moro. Pero siendo posesión realenga en sus principios, luego pasó al dominio de los Quiñones por su condado de Luna. Hoy día, al cabo de los siglos, el torreón de Ordás se destaca en solitario sobre un promontorio, siendo testigo mudo en la cresta de su loma de lo que allí aconteció en la época a que nos referimos.
Mucho debió ser el encono que don Pedro Suárez de Quiñones tomó a su sobrino, don Ares de Amaña. Sin embargo, ocultando con todo disimulo aquella animosidad, pero fraguando secreta y sangrienta venganza don Pedro pasó una invitación a su pariente para que asistiera a una cacería montera que había organizado en sus posesiones de la tierra de Ordás, campiña deliciosa muy abundante entonces de toda clase de caza. de pelo y pluma.
Don Ares de Amaña, por su gran afición a la cinegética y demostrada habilidad en la cetrería, creyendo que su tío lo había olvidado todo y deseaba reconciliarse con él, aceptó con el mayor agrado la invitación. Le parecía hasta una demostración de generosidad y afecto, pese a las diferencias habidas entre ambos.
Se presentó en el castillo para disfrutar de unas jornadas de sano ejercicio campero. No pensaba, ni remotamente, lo que allí le esperaba. La cacería discurrió felizmente, con gran concurrencia de batidores y perros acosadores de la fauna salvaje. Y como remate de ella, según era costumbre antaño, se celebró un banquete en el castillo, en el transcurso del cual se comentaban las incidencias habidas en las batidas. Es lo lógico de siempre en esta clase de reuniones entre cazadores. Pero en un momento dado por señal convenida, los sicarios de don Pedro Suárez de Quiñones irrumpieron violentamente en el salón y allí mismo, sin más miramientos ni contemplaciones, asesinaron alevosamente a don Ares de Amaña con tremendas puñaladas. Se habían saldado para siempre las diferencias entre tío y sobrino. Pero no quedó ahí el tremendo suceso. Llevado de su miserable venganza, una venganza que clamaba al cielo, el soberbio y malvado don Pedro ordenó que a su sobrino se le cortase, además, la cabeza y que fuera arrojada como basura desde lo alto de la torre del castillo, para general escarmiento.y así se hizo.
Las leyendas se nutren de muy variadas versiones, pues otra referencia, todavía más espeluznante, señala que los sicario s de don Pedro se gozaron en freír aquella cabeza. Otra que, después de degollado, fue asada y que ellos mismos, sobre una bandeja, se la llevaron a su madre. De cualquier modo la barbarie, la bestialidad y el sadismo consumaron aquel espantoso crimen.
Cuentan igualmente que doña Sancha Alvarez, la madre, llena de terror y acogotada por su inmensa pena, escribió para la sepultura de su desgraciado hijo, enterrado en San Isidoro, el más desgarrador y lírico epitafio que allí se conserva. Este fue el final de tan escalofriante episodio, de aquella rivalidad familiar.
En el torreón de Ordás, que todavía se mantiene desafiando los siglos, parece que desde entonces está vagando la sombra de don Ares de Amaña, el caballero leonés, alegre y confiado, que de un modo tan tremendo fue traicionado. Es uno de los más horrendos relatos de las sangrientas leyendas o historias leonesas.
(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón Waldaliso.)

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