jueves, 3 de marzo de 2011

San Vicente - De Valencia a Lisboa

En octubre de 2008 os contaba la historia de san Vicente Martir y de como este aragonés había llegado a ser el celestial patrono de Lisboa.


No decía nada, sin embargo, de la forma como sus restos habían llegado a la capital portuguesa desde Valencia, donde estaba enterrado.


El relato de esta parte del extraño viaje la debo a una interesante recopilación de leyendas valencianas de la que es autora Fernanda Zabala.


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Según la tradición, los restos del Santo descansaban en la anttiuga iglesia de San Bartolomé o del Santo Sepulcro.


Hacia el año 780, el dominio muslmán en la Península Ibérica, hizo temer a los responsables del templo que tuviese lugar alguna profanación por lo que decidieron trasladar las reliquias del Santo a Asturias que no había sido sometida por los invasores.


El viaje debía realizarse por mar a pesar del riesgo de tener que navegar cerca de las costas africanas. Sin embargo, todo transcurrió sin graves contratiempos hasta que, ultrapasado el estrecho de Gibraltar, un fuerte temporal obligó al navío a acercarse a la costa de los Algarbes lusitanos. Embarrancaron en una lengua de arena a la que dieron el nombre de Cabo San Vicente en honor del santo cuyos restos trasladaban.


Cuando se disponían a zarpar de nuevo, su barco fue avistado y destruido por una flotilla árabe. Buena parte de los náufragos consiguieron esconderse y salvar la vida así como las reliquias y fundaron una colonia y un santuario en cuya cripta mescondieron los huesos de San Vecente.


Muchos años más tarde, en 1112, la colonia fue arrasada por las huestes de Habul Hacem, y sus habitantes (descendientes de los valencianos) exterminados pero las reliquias no fueron descubiertas. En 1148, el Rey Alfonso Henriques de Portugal conquistó Lisboa y enterado de la historia de las reliquias viajó al Cabo San Vicente y entre los restos del santuario descubrieron los restos delatados por una bandada de cuervos que acompañaron el viaje de vuelta y que, desde entonces figuran en el escudo de Lisboa.

Las Chalgas

Las "Chalgas" o tesoros escondidos es algo consustancial con nuestra tierra asturiana, ya que no hay pueblo o aldea, por remotos que sean, donde no se hallen leyendas de tesoros escondidos, casi siempre atribuidos a los moros.


Aunque en las descripciones. de los primeros estudiosos se utiliza el nombre para los tesoros, mientras a las jóvenes doncellas que los custodian son conocidas como atalayas, -el introductor del término parece ser Juan Meriéndez Pidal, al que luego sigue Rogelio Jove y Bravo, mientras los pioneros Laverde y Agüero no las nombran específicamente -los estudios posteriores asimilaron el término a ambos y las hacen prácticamente semejantes a las xanas, por su singular belleza y juventud, aunque parece que se diferencian de éstas en que las jóvenes doncellas son seres humanos encantados, mientras que las xanas no están siempre encantadas.


Debido a su penosa situación, presentan habitualmente una expresión de gran tristeza, cantando bellas, pero melancólicas canciones, mientras el cuélebre permanece atento a sus movimientos, excepto el día de San Juan, en que entra en un sopor irresistible, momento en que se les puede desencantar.

La Peña de Mirón - Trébago

Acerca de este monolito, se cuenta en Trébago una leyenda que, por sus características, es la que acusa reminiscencias y hechos más antiguos. en tiempos muy remotos, tal vez prehistóricos, habitaba en el poblado un hombre dotado de una habilidad y fuerza muscular extraordinarias. Es lógico que con tales atributos y considerando la época a que nos referimos, en la que imperaba la ley del más fuerte, despertase la admiración y el respeto entre sus convecinos, por lo que llegó a ser jefe de la comunidad, imponiendo su autoridad directiva sobre ella.

Pero es el caso que, provocados quizá por envidia, y con la intención de desacreditar al Hércules, comenzaron a circular entre los habitantes rumores de que el tío Sartén, que así se llamaba nuestro personaje, no tenía, ni mucho menos, la fuerza de que alardeaba, que era como cualquier otro de los hombres por él gobernados, y que por tanto no estaban justificados el respeto y la autoridad que se le otorgaban. Estas murmuraciones provocaron una honda división entre los habitantes del lugar, que se agruparon en dos bandos, defendiendo unos la efectividad muscular del tío Sartén y acatando, por tanto su autoridad, y otros negando todas sus facultades de poder físico, desconociendo, en consecuencia, su supremacía sobre los demás. siendo tan importante y de tanta trascendencia el asunto que se ventilaba, no tardaron en caldearse los ánimos hasta el punto que tal cuestión casi llega a resolverse por medio de las armas. Y así hubiera sucedido si el tío Sartén no hubiese tomado la drástica resolución de demostrar, definitivamente y para siempre, ante todos, que poseía los atributos en los cuales cimentaba su autoridad.

A tal efecto, convocó al pueblo para que, en determinado día, se reuniese en el paraje denominado Peña del Mirón, y que allí en presencia de todos, realizaría la proeza más grande de su vida, al poner en posición vertical, con la sola ayuda de sus fuerzas, una piedra de unos diez metros de largo por unos cuantos de ancho, que yacía horizontalmente en aquel lugar.


Llegó el día señalado, y ante el regocijo de sus partidarios y el asombro de sus detractores, hizo efectiva la hazaña de levantar por sí solo el enorme peñasco. El entusiasmo y respeto por el Hércules no tuvo límites, y hubiera seguido ejerciendo su mandato, ya sin disputa, a no ser que nada más terminar su proeza cayera exánime al pie mismo de la peña, que desde entonces se conoce como Peña del tío Sartén. sin duda, y debido al enorme esfuerzo, algún órgano interno se lesionó tan seriamente que le privó de la vida.

La consternación y el dolor por tan grande desgracia fueron enormes, y creyéndose el pueblo culpable de ella, y temiendo el castigo de su dioses paganos, sepultaron al tío Sartén al pie de la piedra que él levantara, siendo este paraje, a partir de entonces, lugar de culto y peregrinación en memoria del héroe.

San Fausto - Bujanda

San Fausto era natural del pueblo de Alguaire, en la provincia de Lérida, y en una batalla -nadie dice cuál ni cuándo - fue hecho prisionero por ios sarracenos, que le llevaron esclavo a África, donde se convirtió en esclavo de un poderoso señor.

Con él y en su casa, aprendió los secretos de la agricultura y, siendo un fervoroso cristiano, consiguió al cabo del tiempo convertir a su amo, que por ello le concedió la libertad y le regaló un hermoso caballo para que regresara a su tierra.

La vida de san Fausto en Alguaire fue la de un auténtico maestro, pues pasó el resto de su existencia enseñando a sus convecinos y a todas las gentes del contorno aquellas artes de la agricultura que habia aprendido en tierra de moros. Al mismo tiempo, con su fe, logró también que aquellos campesinos en ciernes fueran mejores y más piadosos.

Ya muy viejo, san Fausto sintió cercana la hora de su muerte. Todos pensaban en oficiarle fabulosos funerales y enterrarle en la iglesia del pueblo, pero el moribundo llamó a sus más allegados y les conminó a que cumplieran escrupulosamente sus deseos: Después de su muerte, pondrían su cuerpo sobre su caballo y dejarían que el Señor le llevase donde quisiera: en el lugar en el que el caballo se detuviera.
allí le enterrarían.

Muerto el santo varón, cumplieron su último deseo y el pueblo entero siguió al corcel, ya muy viejo, que con su preciosa carga se puso en camino, atravesando ríos y montes y tierras catalanas, aragonesas, castellanas y navarras. Llegado al obispado de Calahorra, el caballo se arrodilló tres veces: de su primera genuflexión nació una fuente, la segunda está marcada sobre una roca, la tercera y última la hizo en el lugar exacto donde ahora se levanta la iglesia de Bujanda. Allí mismo murió desfallecido y el pueblo supo que aquel era el lugar que la providencia había destinado para sepulcro de su santo maestro. Allí fue enterrado y allí se construyó una iglesia sobre la tumba que ocupaba.