viernes, 5 de agosto de 2011

La Nao fantasma - Cartagena

En el año 1618 levantóse en Cartagena la Tela de Regimiento, palenque destinado a torneos, justas, lizas, juegos de sortijas, carreras de cañas y otros espectáculos caballerescos propios de la época en que se rendía culto a la destreza en el ejercicio de las armas.


Entre los muchos y arrogantes caballeros que se presentaron al torneo, sobresalía, por su arrogancia, don Luis Garre, de Cáceres, apuesto mancebo que entusiasmaba, no sólo al populacho, sino a las más linajudas damas de la nobleza.


Don Luis había vuelto a Cartagena después de dos años de ausencia; alejamiento casi obligado por una historia infamante en sus amores con doña Leonor de Ojeda, hija del alcaide del castillo que más tarde se llamó de la Concepción.


Esta dama, a quien amaba, desde años atrás, don Luis, tenía amores con el moro Yusuf Ben Ah, que para poder convivir en una sociedad donde imperaba el espíritu de intransigencia religiosa, había fingido la conversión, adoptando el nombre de don Carlos Laredo. En secreto, y en la intimidad de su hogar, practicaba, junto con su padre Mohámed y su hermana Fátima, la fe de Mahoma.


Enterado don Luis de esto, y deseoso de desembarazarse de don Carlos, a fin de tener el camino libre hasta llegar hasta doña Leonor, denunció al de Laredo, o, mejor dicho, a Yusuf, y el Santo Oficio le condenó a la hoguera, donde murió proclamando su fe mahometana.


El viejo Mohamed cayó en profunda melancolía, animándose únicamente cuando, junto con su hija Fátima, hacía planes para vengarse de don Luis, que había desaparecido de España. Murió, por fin, el anciano; pero antes hizo jurar a su hija, por Alá, que ella realizaría la venganza que entre ambos habían planeado.


Cuando, pasados dos años, apareció de nuevo don Luis en las justas y torneos de Cartagena, quedó sorprendido al recibir una misiva en la que se le decía que "si para amparar a una dama era tan valeroso como por la tarde en la Tela, le esperaban al toque de queda en el molino derruido enclavado en el arranque del camino de Canteras".


Pensando que tal vez se trataba de un lance amoroso, acudió el arrogante don Luis a la cita. En el lugar indicado se encontró con una dama tapada, que le recibió cariñosamente, ofreciéndole un refresco. El caballero apuró de una sola vez el líquido y, transcurridos unos momentos, cayó como herido por el rayo.


La tapada atóle fuertemente de pies y manos; después salió del molino e hizo una seña. Aparecieron, a su gesto, dos hombres que llevaban una litera, sobre la que colocaron a don Luis, y seguidos por la dama emprendieron el camino por la falda del monte Sicilia, hoy monte y castillo de Atalaya, hasta llegar a la cala llamada Algameca, en recuerdo al santo morabito Selim El Algamek.


Se acercó a la playa un ligero esquife, en el que embarcaron la dama y el cuerpo inerte del caballero. La pequeña embarcación atracó a una galera en cuyo mástil flameaba el estandarte de la media luna.


Mientras unos marineros levaban anclas, otros bajaron al sollado el cuerpo del caballero Garre. La nave hizo rumbo a Argel, cortando las aguas del Mediterráneo.


Bajó la dama al sollado y acercó a la nariz de Garre un pomo de sales, que le devolvieron el conocimiento. Cuando vio ante sí a Fátima, la sangre se heló en sus venas. Intentó levantarse; pero fuertes ligaduras se lo impedían. Ante su imaginación apareció la imagen de Yusuf: su tormento, la hoguera... Comprendió que había llegado su última hora.
Fátima, sombría, parecía el ángel del mal. Erguida ante el caballero, pronunció su sentencia. Comería el pan de la esclavitud; pasaría su vida encadenado al banco del galeote; el látigo del arráez laceraría su cuerpo, y su existencia sería para él una pesada y dolorosa carga. Yusuf y Mohamed estaban vengados. Salió luego del sollado, y don Luis quedó en la mayor desesperación.


Una vez solo, don Luis decidió escapar o morir luchando. Después de titánicos esfuerzos, consiguió romper las ligaduras de sus manos. Recordando que del techo de su prisión pendía una linterna, pensó encenderla para preparar la huida. Sacó de su escarcela eslabón y pajuela, que encendió rápidamente. Un brusco viraje de la nave le hizo, perder el equilibrio. Cayó, y dejó escapar de su mano la pajuela encendida sobre un montón de estopa y jarcias embreadas, que ardieron al punto.


Envuelto en humo y aterrorizado por el peligro, el hidalgo buscó la salida. A la luz de las llamas, vio con espanto, junto a ellas, una barrica de las destinadas a guardar pólvora.


Perdida la esperanza, hincóse de rodillas, pidiendo perdón al Redentor por sus muchos pecados.


Una horrenda detonación atronó el espacio. Trozos de bajel, cadáveres mutilados, fragmentos de objetos, fueron lanzados por el aire. Una nube negra elevóse hasta el cielo, y el mar borró una tragedia cuyos protagonistas se hundieron para siempre en sus profundidades.
Cuentan los pescadores de estas costas —Escombreras, Portús y La Azohía— que todos los años, al alba del día de la Virgen, se oye un pavoroso estruendo, como un cañonazo, que desvanece bruscamente
una sombra flotante, cuya silueta se parece a una nave que ellos han bautizado con el nombre de la Nao Fantasma.


(Vicente García de Diego en LEYENDAS DE ESPAÑA)

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