miércoles, 25 de agosto de 2010

La Puerta del sueño - Granada


En Granada mora existía un rey anciano llamado Aben Habuz.


Durante toda su vida fue un valiente guerrero y obtuvo suculentos tesoros, pero con la vejez, también se le calmó su ansiedad por nuevas riquezas, así se dedicó a custodiar su tesoro de los jóvenes guerreros Cristianos. Temía perder sus riquezas. Un buen día llegó un mago árabe llamado Ibrahim que venía de Egipto, conocía todos los secretos de la ciencia (incluido el de la vida eterna) porque poseía el "libro de la sabiduría" que había dado Dios a Adán al echarlo del paraiso. El se ofreció a hacer un invento con el cual conocer cuando le iban a atacar. Ibrahim creó un curioso tablero de ajedrez donde se encontraba un jinete con una lanza, cuando apuntaba a algún sitio significaba que se acercaba un ejercito por ahí, y entonces en el
tablero aparecían unas figuras de ajedrez, era la imagen del enemigo.


El mago invitó al rey para que derribase las figuras y así mataría al ejercito enemigo. Por este trabajo, Ibrahim pidió que se acomodase una cueva de la montaña con lujos y con bailarinas que lo animasen mientras estudiese las ciencias, gastando la mitad de la fortuna del rey. Aben Habuz aceptó y disfruto con el juego de ajedrez matando enemigos.
Un buen día el jinete del ajedrez apuntó a un valle, pero no aparecieron figuras de ajedrez en el tablero. ¿Venía algún enemigo?. Mandó su ejército allá, y recogió una dulce cristiana con una lira de plata. Ibrahim quiso poseerla, pero Aben Habuz la quiso para si, pues estaba enamorado de su juvenil belleza. Ella no deseaba a ninguno de los dos viejos, pero se quedó en el reino de Aben Habuz. El rey moro, empezó a gastarse todos los tesoros que le quedaban en ella, pero cuando la quería poseer, la cristiana empezaba a tocar su lira y el se dormía dulcemente. Sus súbditos se sublevaron, pues no podían consentir que su rey se gastase su fortuna en ella y no parase de dormir.

Aben Habuz pudo contener la sublevación, pero pidió al mago que hiciese algo para evitar esto, pues quería vivir en tranquilidad con la joven. Ibrahim le propuso que construiría para él un paraíso que no fuese visible desde fuera y al que no se pudiese entrar de no quererlo el que viva allí. Aben Habuz fascinado le dijo que si que quería. Tardó tres días en construirlo en una montaña de Granada, y puso una puerta grande con una mano y una llave.

A cambio, Aben Habuz le entregaría el primer animal y su carga que entrase por esa puerta. Al tercer día fueron Ibrahim, Aben Habuz y la joven cristiana cada uno en un caballo. Se pararon los tres a observar la puerta, y el corcel de la joven echó a andar y cruzó la puerta. Ibrahim dijo que la cristiana le pertenecía, Aben Habuz se negó, pero Ibrahim entró con su caballo y cerró la puerta. Se dice que desde entonces todo el que se queda un poco de tiempo en esa puerta oye la lira de la cristiana y se adormece como el rey moro.


Hoy en día, en ese monte, se encuentra la Alhambra y allí se puede encontrar la puerta con la mano y la llave, esperando que alguien la abra antes de caer dormido.

La Fuente de la Gallina - Alar del Rey (Palencia)


Existió una vez un señor feudal que obligaba a sus súbditos a pagar una gallina por poder beber agua de una fuente, un tributo muy caro para aquella época. Ocurrió en una ocasión que la fuente se secó. Entonces, los vecinos dejaron de beber el agua y también de pagar la gallina. El señor había perdido así un tributo importante. En su mesa faltaban las gallinas que cobraba y los ricos caldos con "sustancia" que con ellas le preparaban, no le salían como antes.



No podía conformarse con la situación y exigía el tributo de todas maneras. "No pagaremos si la fuente está seca", decían. Pero el insistía: "Yo no tengo la culpa de que se haya secado", decían como herido en su orgullo de persona superior.


Pero era inútil. Las gentes sencillas no pagaban a pesar de castigos y amenazas. El Señor pensaba que, tarde o temprano, de todos modos la fuente volvería a manar. Como muy tarde, a la llegada de las lluvias y nieves del invierno.


Pero fue pasando el invierno y también la primavera. La fuente seguía sin manar. Pasó todo el año y lo mismo. El egoísta y avaro señor se desesperaba. "Deben de haber hecho algo", pensó. Y puso vigilantes al lado de la fuente. Investigó también los alrededores por ver si habían desviado el curso del agua, pero no encontró nada.


La gente humilde bebía agua de otras fuentes y seguían usando la del Pisuerga para lavar. Y aunque no bebían de aquel buen manantial que, tradicionalmente, siempre habían usado, en el fondo se alegraban de la desesperación del señor feudal que durante años y desde antiguo, les obligaba con impuestos., injustos las más de las veces.


Pasaron los años y la fuente siguió seca, hasta que un buen día el señor feudal murió. Hubo honras fúnebres y sonaron las campanas. El tirano había desaparecido.


Y, ese mismo día, alguien apareció gritando: "La fuente mana. La Fuente de la Gallina ha vuelto a dar agua". Todos se dirigieron al lugar. La fuente había vuelto a manar. El agua salía más rica que antes. Todos iban a beber y decían: "¡milagro!". La fuente había estado esperando a que desapareciera el maldito impuesto para volver a sonreír con el leve rumor del correr del agua.

Laguna de Anna

Cuentan las gentes de la comarca que hace ya siglos, uno de los primeros condes de Cervelló, que era el señor de Anna, había organizado una cacería por los alrededores de la laguna. Al parecer, el conde se apartó de sus compañeros de caza seguido de un criado, cuando iba en persecución de la pieza. Pocos días antes había llovido y, de pronto, se encontraron ambos frente a un desprendimiento de tierras que había puesto al descubierto la entrada de una caverna que parecía artificial.

Sorprendidos por el hallazgo, el conde y su criado se olvidaron de la pieza que perseguían y se asomaron a la boca del hipogeo. Parecía cuidadosamente labrado y, sin duda, estaba destinado para un fin. Ayudándose con la luz de una antorcha, ambos penetraron en la caverna y, al poco trecho, se encontraron con un espectáculo insospechado: toda una red de canales y compuertas ingeniosamente concebidas hacía que el gran caudal de agua que llegaba desde las profundidades de la tierra, llegado a un determinado punto, comenzase a distribuirse sabiamente y sin la ayuda de nadie, organizándose solo en una infinidad de regueros perfectamente construidos que penetraban de nuevo en los agujeros de la cueva para ir a parar a las múltiples fuentes y manantiales que brotan por toda la comarca. La sabia concepción de aquella red de distribución de aguas hacía que, con la única medida del caudal que brotaba del fondo, se pusieran en funcionamiento las compuertas que actuaban a modo de válvulas, haciendo que en ningún momento faltase el agua en ninguna de las acequias y distribuyendo su curso de tal modo que, periódicamente, se viera favorecida una u otra de las fuentes.

El conde se dio cuenta de la enorme sabiduría de quienes, en tiempos pasados, fueron capaces de idear aquel ingenio, así como de la razón que seguramente tuvieron para esconderlo y mantenerlo secreto a los ojos de los campesinos. Así se evitarían sus envidias y cada uno de ellos atribuiría a la Providencia el caudal de agua que recibiera, sin que jamás se le ocurriera envidiar a su vecino cuando tenía más suerte que él. De este modo, juramentándose con su criado a seguir manteniendo aquel secreto, se apresuraron a tapar con piedras la boca de la cueva y a sembrar jaras frente a las piedras, de modo que pareciera que aquello no ocultaba la cárcava que realmente se encontraba detrás.

Con los años, el conde murió y el criado no supo mantener por más tiempo el secreto, pero era ya muy viejo y olvidó el lugar donde hicieron el descubrimiento.

De modo que, desde entonces, los campesinos de Anna saben que sabios antepasados organizaron para ellos la distribución de su tesoro, pero tienen conciencia de que más vale ignorar cómo lo hicieron, para evitar las envidias y los pleitos que tan a menudo tienen sus vecinos de la Huerta, que tienen que recurrir constantemente a( juicio imparcial del Tribunal de las Aguas.


(Guía de leyendas españolas de Juan G. Atienza)