miércoles, 23 de junio de 2010

La Pedra Gentil - Valgorguina


Lugar mágico, de culto pagano, de rituales satánicos, las historias que se cuentan por el lugar son muchas.

Si empiezas a hablar con alguien del pueblo, en principio te dicen que sí, que se dice, se cuenta, etc. Pero no tardan mucho en contar una pequeña historia que les sucedió personalmente o a algún familiar.

El Dolmen y las brujas de Vallgorguina son una cosntante en sus vidas y sus historias personales.

También nos contaron que un día, pasenado cerca del Dolmen, un grupo de personas se cruzaron con una oveja que llevaba un cencerro. Creyendo que en las inmediaciones estaría el rebaño, miraron si lo encontraban para avisar al pastor de que una de ellas se había extraviado.

Oían el cencerro de la oveja alejarse mientras buscaban por los alrededores al pastor, que no encontraron así como al resto del rebaño.

Volviendo sobre sus pasos tampoco volvieron a ver a la oveja descarriada ni rastro de que hubiera estado alli.

Una vez en el pueblo, comentaron lo sucedído con paisanos y tres de ellos subieron hacia el Dolmen. De nuevo encontraron a la oveja y se hicieron una foto con ella.

Al revelar la foto, salian los tres, pero “no la oveja”. Eso sucedió hace diez años según quien nos lo contó.

Otro lugareño que escuchaba la historia sólo dijo: Vallgorguina es un lugar de brujas y preguntándole dónde están actualmente ,sólo contestó: Están.

Las sopas de San Frutos


San Frutos (642 - 715). Eremita hispano del último periodo visigótico.
Según la tradición nació en Segovia, al igual que sus hermanos San Valentín y Santa Engracia; y como ellos, murió martirizado. En edad madura, se retiró a meditar a las Hoces del río Duratón tras repartir sus riquezas entre los más necesitados. Allí según recoge la tradición, realizó gran cantidad de milagros. Entre ellos, destaca el de La Cuchillada, cuando con su cayado creó un tajo en la roca para que los cristianos pudieran librarse de la persecución de los musulmanes.
Es considerado un santo popular y sencillo, que la tradición presenta como un amante de los pájaros; no en vano, entre los segovianos, es apodado como el Pajarero.

Es patrón de la Diócesis de Segovia, celebrándose su festividad el 25 de octubre con una romería en el monasterio de su nombre: San Frutos del Duratón.

El día 25 de octubre es la festividad del patrón de Segovia. Este día se conmemora en el trascoro de la Catedral, donde se encuentran los restos del santo, con el Villancico de San Frutos: una mezcla de violines, coro y niño cantor.

Pero la fiesta comienza la noche anterior con el paso de la Hoja: la estatua de San Frutos que hay sobre la puerta de la Catedral tiene un libro abierto en las manos del cual, cada año, a las doce de la noche, el santo pasa una página... si no os lo creéis, venid a verlo.

Tras el paso de la hoja, los cocineros de algunos de los restaurantes más importantes de la ciudad, reparten la tradicional sopa de ajo: está calentita y esa noche, que siempre suele ser fría, se agradece... además es gratis...

Las verbenas se celebran en el barrio de San Frutos: está un poco alejado del Casco Antiguo, pero si os apetece ir, seguid a la gente joven o preguntad a cualquiera con cara de segoviano...

El Pozo Amargo (Toledo)


Es esta una bella leyenda de amor.

Leví se llamaba el padre avariento de la hermosa Raquel, la hebrea gentil y galana, la flor más encantadora de los jardines de Israel. Queríala su padre con fervorosa idolatría. Era, en medio de sus inmensas riquezas, el mejor tesoro para él. Sus dieciséis abriles perfumaban el hogar judio de gracia y alegría y lo inundaban de felicidad. Todo lo hubiera cedido el avaro con tal de no perder la joya de sus paternales cariños, la hermosa Raquel de su alma.

Pero un día el corazón de la gentil hebrea latió con violencia desconocida, con un ritmo más fuerte y desigual, algo así como el batir de alas de la paloma enamorada... Sintió una emoción dulce y nueva... Era la llegada triunfal del amor...

De amor hacia un caballero cristiano, lleno de gallardía y juventud, que todas las noches de luna acudía al pie de su ajimez para decirle querencias dulces y promesas firmes, entre suspiros y entre flores. No sabían los enamorados que el odio de raza entre cristianos y judíos era más fuerte que el amor. Que Leví se cobraria con sangre la osadía de quererle quitar la joya única de sus paternales cariños.

Y en una noche silente, un puñal traicionero se hundía en el pecho del enamorado galán. Y las aguas de un pozo, que reflejaron tantas veces la plata de la luna y el inquieto brillar de las estrellas, que tantas veces recogieron el eco blando de palabras de amor, aquella noche se tiñeron de cristiana sangre.

Y, después todas las noches, durante muchas, recogieron los suspiros y las lágrimas de la desventurada Raquel que, en hilo de plata iba destilando los amargores de su alma... y dicen que destiló tanto, que las aguas del pozo tomaron su amargor.

jueves, 10 de junio de 2010

Las botas de San Martinico

Pues bien, sucedió en Euskadi, pero se cuenta de tantos lugares que resulta imposible establecer ese punto exacto de localización que venimos buscando, Euskadi es extensa y en toda ella hubo gentiles y gente que no lo era. Vivian en comunidades separadas, sin contacto, sin relación, distantes e intimamente ignorantes unos de otros.

Con los vascos - que aún no eran campesinos - vivia san Martinico. Y fue con él con quien vieron que, mientras ellos pasaban hambre y tenian que cazar alimañas para alimentarse malamente, los gentiles, en su territorio, cultivaban trigo y amasaban pan, que les permiía una vida regalada y cómoda. Todos envidiaban el bienestar de los gentiles, pero nadie se sentia capaz de robarles el secreto agricola que sólo ellos conocian. Sólo san Martinico, un buen dia, decidió terminar con aquella situación y, calzándose unas botas enormes, con unas bocas que le sobraban por todas partes, se arriesgó a acercarse al territorio de los gentiles con aire de desafío.

Los gentiles le recibieron recelosos, pensando que venía a robarles. Pero se tranquilizaron y hasta se rieron de aquel ser pequeño y raquítico cuando les dijo el motivo de su visita. Venía a desafiarles, nada menos; a demostrarles que era capaz de saltar más distancia que la que era fama que los gentiles saltaban con toda facilidad. Los gentiles le dejaron que fuera él mismo quien indicase el lugar y la manera de hacer la prueba. Y san Martinico, mirando los grandes montones de trigo que se apiñaban en el campamento, les propuso saltar sobre ellos sin rozarlos.

Por supuesto, los gentiles saltaron aquel obstáculo sin dificultad, que para eso eran enormes gigantes dotados de increíble fuerza y de una agilidad muchas veces probada. Pero cuando le llegó el turno a san Martinico la cosa cambió. Tomó impulso, saltó... y cayó, como era de esperar, en medio del primer montón de trigo. El santo fmgió sentir su derrota, se reconoció públicamente más torpe que sus rivales y ellos, riéndose de su fanfarronada, le perdonaron fácilmente y le dejaron
marchar, pidiéndole únicamente que no volviera a molestarles con aquellas tonterías. Y así regresó san Martinico con su gente, aparentando haber recibido una lección de los todopoderosos gentiles... pero con las botas repletas de trigo, cuyos granos
plantaron inmediatamente, con lo que al año siguiente tuvieron su primera cosecha y terminaron sus sinsabores.

La Marimanta - Betanzos


La Marimanta es una anciana fea y encorvada que porta sobre su espalda jorobada un saco pidiendo humildemente limosna. Es conveniente cumplir su deseo porque se trata de la tía del saco, quien roba niños y los hace desaparecer.

Se cree que Marimanta no es del país, si no que vino de lejos, probablemente por mar en la época de los celtas.

Al menor descuido mete a un niño en su saco y desaparece. Por eso, si el saco va abultado, detenedla y zarandearla hasta que suelte su prenda, así liberareis a la víctima que, de otro modo nunca más volveríais a ver.

Lo que todavía nadie ha podido saber es a donde lleva las criaturas que secuestra.

La Isabelita - Valdegeña


Quiero referir la historia de la cuadrilla de forajidos que tenían por capitán a una mujer desalmada llamada la Isabelita. Esta se instaló en Valdegeña en una casita de las del barrio alto (quizá en la que vive la Josefilla) y allí estaba al principio misteriosamente hasta que los vecinos tan timoratos de aquellos tiempos y tan cobardes pudieron observar que de cuando en cuando iban al anochecer cinco o seis hombres con caballos y que por la mañana pronto desaparecían, o si se quedaban durante el día no se daban a conocer en el pueblo.

Los vecinos sospecharon mal y ya se rumoreó que el Revedado (camino de Trévago) habían cometido robos a los arrieros, que si al tío fulano que pasaba con su recua le habían quitado el dinero y un macho de los que llevaba con la carga entera, y así sucesivamente; hasta que ya se supo que la banda de ladrones tan pronto la encontraban por Valdegeña como por Sigüenza o Guadalajara y que su radio de acción era desde nuestro pueblo hasta Madrid.

Como no había apenas Guardia Civil campaban por sus respetos y la Isabelita era la que mandaba y ordenaba porque el jefe de la cuadrilla era su querido. Pues bien, como los arrieros como ya he insistido anteriormente eran muchos y sabían que la Isabelita mandaba, acudían a ella a asegurar su mercancía, pagándola un tributo que ella pedía a su antojo, y les daba un salvoconducto con el cual iban libres de todo riesgo hasta Madrid y desde Madrid hasta Tierra de Ágreda incluso del Revedado o Valle del Infierno. Mi abuelo Juanillo que era muy miedoso y temía que le robaran decía: (después que ya habían desaparecido de Valdegeña forajidos o ladrones y la Isabelita, que debieron permanecer dos o tres años en el pueblo, quizá presos por la Guardia Civil o fuerzas del ejército) que una vez fue a su casa dicha Isabelita y con mucho misterio (él se creyó que iba a robarle) le dijo: "Señor Juanillo, no se asuste usted porque vengo a su casa, ni se turbe pues vengo a pedirle a usted un favor que yo se lo agradeceré mucho y usted también me lo agradecerá, pero que por ningún concepto se lo ha de decir a nadie; y es que venda ahora y siempre que lo necesite cebada para los caballos de mis amigos cuando vengan, en la seguridad de que ni a usted ni a los suyos les pasará nada mientras esté yo en el pueblo; pero le repito que a nadie diga nada. Aunque yo llame a su puerta de noche o a horas intempestivas, ábrame sin cuidado".

Fueron muchas las veces que le vendió y que le pagó religiosamente y con esplendidez; así que el abuelo Juanillo se acostaba tranquilamente y era apreciado por la Isabelita famosa. Nunca, decía, vinieron los ladrones a mi casa, y cuando entraban o salían del pueblo a su fechorías y se lo encontraban alguna vez le saludaban con cierta atención y él dice que casi no se atrevía a mirarles de miedo. Todavía no era rico entonces, pero tenía sobrante en su casa y aunque lo necesitaba se privaba de ello por evitar males mayores. ¡Hombre listo! algunas cosas más contaban los del pueblo más o menos importantes, pero lo más esencial eran los robos que cometían y alguna que otra muerte que los ladrones habían cometido en los trayectos de Valdegeña a Madrid. Con esto de estar en Valdegeña la Isabelita y su cuadrilla, dice, que nadie se arrimaba a Valdegeña, ni aún en fiestas por miedo a la Isabelita. No se ha sabido, y no he oído nunca qué paradero tuvo dicha mujer, pero es de suponer que al irse tales gentes sabe Dios lo que sería de ella: cárcel o muerte, porque quien mal anda mal acaba"..

No se sabe qué alabar más de este texto, si el profundo aroma a "Far West" que expele, con su Jane Calamity mesetaria, sus "out-laws", y sus fechorías, o la habilidad de la Isabelita, buscando un eficaz "santuario" en Valdegeña, asegurándose el control del combustible con el abuelo Juanillo o el curioso sistema de igualas que creó a costa del gremio de arrieros. Pero lo más difícil de concebir es cómo se las arreglaría la buena de Isabelita para meter en cintura y tener a raya a una porción de facinerosos mal encarados y aguardentosos como sin duda debía ser su banda. Como el caballo del Espartero los debía tener la Isabelita.

© María Villanañe