jueves, 10 de junio de 2010

Las botas de San Martinico

Pues bien, sucedió en Euskadi, pero se cuenta de tantos lugares que resulta imposible establecer ese punto exacto de localización que venimos buscando, Euskadi es extensa y en toda ella hubo gentiles y gente que no lo era. Vivian en comunidades separadas, sin contacto, sin relación, distantes e intimamente ignorantes unos de otros.

Con los vascos - que aún no eran campesinos - vivia san Martinico. Y fue con él con quien vieron que, mientras ellos pasaban hambre y tenian que cazar alimañas para alimentarse malamente, los gentiles, en su territorio, cultivaban trigo y amasaban pan, que les permiía una vida regalada y cómoda. Todos envidiaban el bienestar de los gentiles, pero nadie se sentia capaz de robarles el secreto agricola que sólo ellos conocian. Sólo san Martinico, un buen dia, decidió terminar con aquella situación y, calzándose unas botas enormes, con unas bocas que le sobraban por todas partes, se arriesgó a acercarse al territorio de los gentiles con aire de desafío.

Los gentiles le recibieron recelosos, pensando que venía a robarles. Pero se tranquilizaron y hasta se rieron de aquel ser pequeño y raquítico cuando les dijo el motivo de su visita. Venía a desafiarles, nada menos; a demostrarles que era capaz de saltar más distancia que la que era fama que los gentiles saltaban con toda facilidad. Los gentiles le dejaron que fuera él mismo quien indicase el lugar y la manera de hacer la prueba. Y san Martinico, mirando los grandes montones de trigo que se apiñaban en el campamento, les propuso saltar sobre ellos sin rozarlos.

Por supuesto, los gentiles saltaron aquel obstáculo sin dificultad, que para eso eran enormes gigantes dotados de increíble fuerza y de una agilidad muchas veces probada. Pero cuando le llegó el turno a san Martinico la cosa cambió. Tomó impulso, saltó... y cayó, como era de esperar, en medio del primer montón de trigo. El santo fmgió sentir su derrota, se reconoció públicamente más torpe que sus rivales y ellos, riéndose de su fanfarronada, le perdonaron fácilmente y le dejaron
marchar, pidiéndole únicamente que no volviera a molestarles con aquellas tonterías. Y así regresó san Martinico con su gente, aparentando haber recibido una lección de los todopoderosos gentiles... pero con las botas repletas de trigo, cuyos granos
plantaron inmediatamente, con lo que al año siguiente tuvieron su primera cosecha y terminaron sus sinsabores.

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