viernes, 18 de diciembre de 2009

La boda de Montero



El pueblo de Montero, enclavado en las estribaciones de la sierra desde Almarza al Vadillo, tenía una fértil dehesa. Era corto el número de sus habitantes y vivían en gran armonía.

Una vez celebrábase una boda entre dos jóvenes de las familias más acomodadas, y como el contento por ambas partes era grande quisieron que todos los vecinos asistiesen a la boda. Todos, sin embargo, no podían asistir; uno al menos había de quedarse guardando el ganado del pueblo. No parecía que debía sacrificarse a un joven, que era natural disfrutase con la fiesta y el baile. Así, se pensó en una buena anciana necesitada, a la que se ofreció una paga por el servicio, que ella aceptó con gusto.

Tras la ceremonia tenían que dar un gran banquete, y para guisar la comida sacaron el agua de un pozo; mas dio la fatal coincidencia de que en él vivía una salamandra acuática, y de tal modo había envenenado sus aguas, que todos los que tomaron la comida hecha con ellas murieron; así, pues, perecieron todos los habitantes del pueblo de Montero.

Es decir, todos no; sobrevivió la vieja que estaba guardando el ganado, y que pasó a ser propietaria de la dehesa vecinal y del ganado de todos los vecinos.

No se atrevió, como es natural, a permanecer en las casas del desventurado pueblo de Montero, y se fue al cercano de Arévalo, a cuyos habitantes regaló la rica dehesa y el ganado. Pronto la inspiración popular imaginó el siguiente cantar:

Por una salamanquesa
se ha despoblado Montero.
¡Ojalá se despoblasen
Cerveriza y Gallinero!

que perpetúa el hecho y demuestra la codicia de los aldeanos, ya que los dos pueblos en él citados tienen también riquísimas dehesas.

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