domingo, 26 de octubre de 2008

Las blancas manos (Castilla-León)


Era el Conde de Castilla Garci Fernández uno de los más valientes y atrevidos guerreros de la época. Poseía además de valor en el combate un gran amor por la poesía y la historia. Eran famosas sus manos que parecían muy blancas y misteriosas pues cada vez que tenía que hablar con una mujer, amigo o vasallo, cuidaba mucho el llevarlas enguantadas y ocultas.

Por aquel tiempo las tierras de Castilla eran paso obligado para la riada humana que se desplazaba a Santiago para ver la tumba del apóstol. De todas las naciones del mundo llegaban hombres y mujeres, nobles y siervos. En una de estas expediciones llegó un conde francés con su hija, por ser caballero de alta alcurnia, recibió aposento en el castillo del conde Garci Fernández, que desde el primer momento se quedó prendado de la belleza de la hija del conde. Ella se llamaba Argentina y también se sintió atraída por el caballero castellano y por la radiante blancura de sus manos. A tanto llegó la relación que poco tiempo después se desposaron la dama francesa y él.

Pasaron los años pero la unión de Garci Fernández y Argentina resultaba estéril. El conde siempre se encontraba batallando en la frontera de Castilla con los moros, y Argentina siempre encerrada en el castillo dejaba que se enfriara poco a poco su amor por el conde, sin descendencia alguna pasaron 6 años y ella cada vez era más infeliz..

Un día por el mismo camino por el que ella viniera, llegó un conde francés, la juventud del mismo y las noticias que le trajo de la tierra que tenían en común, les acercó y poco a poco comenzaron a intimar. Por su parte el conde Garci yacía en su lecho preso de una pertinaz dolencia, y no advirtió la traición de la que era objeto. Finalmente ésta se consumó cuando la condesa y el francés desaparecieron una noche del castillo. Cuando Garcí quiso reaccionar ya estaban lejos de sus dominios.

Gran dolor tuvo el conde castellano ante tal traición, y en cuanto curó quiso realizar una peregrinación a Francia tomando como compañía únicamente a su fiel criado.

El camino fue largo y peligroso, una vez en terreno francés tardó varias semanas hasta llegar al dominio del conde francés con el que huyera su mujer. Garcí Fernández y su criado iban vestidos con trapos muy humildes y se fingían peregrinos, de tal forma que pudieron pasar inadvertidos y hablar con las gentes del lugar. De esta manera oyeron que el conde había tenido de su primer matrimonio una hija, a la que tanto él como la madrastra (la condesa Argentina), daban de continuo un trato cruel con insultos y malos tratos constantes. Sólo una vieja criada era su apoyo y consuelo.

El conde Garci y su criado mientras tanto, iban todos los días al castillo del conde francés a comer las sobras que a los pobres se les entregaba. La criada de la hija del conde, una vez al servir la comida notó por la blancura de las manos de uno de los pobres, que era diferente a los demás, un blanco que contrastaba con las negras vasijas donde se servía la comida. Pensó que quien tenía tales manos no podía ser un pordiosero y por ello le llamó aparte para conversar. Con habilidad fue preguntándole por su patria y orígenes, poco a poco, día tras día fue ganándose su amistad hasta que por fin Garci Fernández confesó su verdadera identidad. La fiel sirviente pensó que podría haber encontrado al hombre que liberase a su señora de la cruel vida que le daban sus padres. Una noche le condujo por unos oscuros pasadizos hasta las habitaciones de la muchacha que se llamaba María. El noble castellano de rodillas ante la muchacha le declaró todo lo que había ocurrido, de qué manera habían manchado su honor y se habían burlado de él:
- "No la vida, sino el honor es ahora lo único valioso para mi. No puedo volver a España ante mis súbditos sin haber cumplido mi venganza".

Noche tras noche la joven María y el conde se veían en secreto, compartir la adversidad de sus vidas les hizo poco a poco tomar cariño el uno por el otro hasta que finalmente María decidió que Garci Fernández debía cumplir sus venganza, así le díjo cómo secretamente podría introducirse de noche en la habitación de su madrastra y su padre. Así lo hizo, se deslizó silenciosamente entre las sombras del castillo, entró en los aposentos y mientras dormían usó su espada con cada uno. Ambos fueron descabezados.
Poco después regresó por María y ambos, junto con el fiel criado, huyeron a toda prisa resguardados por las sombras de la noche. Tortuosos caminos, muchas penurias pasaron, pero finalmente regresaron a Castilla. El día de la llegada, el conde abrió una bolsa de cuero muy bien cerrada, de donde sacó las cabezas de ambos traidores, las clavó en una lanza a las puertas de la fortaleza para que todos sus vasallos supieran que el honor del conde había sido vengado.

Sin embargo no terminaron las desdichas para Garci Fernández. Doña María se había convertido ahora en su esposa, pero los años que pasó de penurias en Francia habían hecho duro su corazón, ni siquiera el nacimiento de un hijo de ella y el conde hizo que aumentara su alegría, parece que la historia se repetía.

Por entonces las victorias de Almanzor sobre los cristianos, hicieron que de nuevo el conde tuviera que enfundarse su armadura e ir a luchar por el rey castellano, la pobreza llegó a todo el reino de Castilla que se sentía sitiado por los árabes. La joven María pensó que nunca más quería pasar las penurias que le hizo pasar su padre y madrastra, no quería conocer de nuevo la pobreza, por ello decidió venderse al mejor postor, entabló secretamente conversaciones con los musulmanes y decidió pasarse al servicio de Almanzor y sus riquezas, sin embargo debía quitarse de enmedio al conde causándole la muerte.

Planeó que el día de Nochebuena el conde diese licencia a todos sus hombres para que pasaran la velada con sus familias, el castillo por tanto quedó desguarnecido, momento que aprovechó la condesa María para enviar un mensajero a las filas de Almanzor para indicarse que ese sería un momento ideal para atacar. El ataque fue rápido, miles de árabes caían sobre las tierras del conde que no tenía más que unos cuantos soldados y sirvientes. Aún así la lucha fue dura, los musulmanes entraron en el castillo y Garci Fernández fue vencido y hecho prisionero, sus vencedores lo trasladaron a Córdoba, donde al poco murió debido más que a las heridas del combate a la nueva afrenta que su querida María le había causado.

Los planes de la condesa estaban casi acabados de no ser por el hijo del conde y de ella : don Sancho. El único estorbo que tenía todavía para quedarse también con las riquezas del condado, por lo que decidió desacerse pronto de él. Una noche decidió envenenar una de las copas en que se serviría la cena.

Todo estaba preparado, la mesa puesta con ricos manjares, había mandado que los músicos alegraran la velada a pesar de la reciente muerte del conde, don Sancho estaba desconcerdado, sobretodo cuando su madre propuso un brindis. En el momento de que cada uno cogiera su copa un viento helado entró en la estancia, las velas se apagaron y todos los presentes pudieron ver una luz blanca, muy blanca en forma de dos manos que arrancaron la copa de labios de don Sancho. Todos quedaron asombrados, sin duda se trataba de las famosas manos del conde. Demasiado tarse sin embargo para doña María que presa del pánico huyó por las escaleras con tan mala suerte que rodó por ellas y se mató, su cuerpo quedó tendido ante la armadura del conde que pareció moverse para acariciar los cabellos de su amada con sus blancas manos.

Don Sancho pensó que era hora de enterrar tantas traiciones y odios y por ello quiso fundar un monasterio en memoria de sus padres. Este es el monasterio de Oña, recordando a su madre doña María, porque en Castilla decían "mi oña" por "mi dueña".

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